jueves, 31 de marzo de 2011

Abrir la mente

Abrir la mente es saber que de todo lo que vemos y hacemos podemos aprender algo. Es estar listo para recibir lo nuevo, lo inesperado, lo desconocido. Es entender que nunca sabemos tanto como creemos que sabemos. Es estar dispuesto a aprender de todas las personas con las que nos cruzamos en la vida, como si nos fueran enviadas con ese propósito. Es tener en cuenta que las opciones son siempre más de las que se nos ocurren.

Abrir la mente es estar siempre atento, siempre consciente de que la rutina hace bajar la guardia, no quedarse nunca con una única explicación a lo que pasa, no dejar nunca de preguntarse: ¿por qué? Es estar ávido de conocimiento nuevo, es querer cavar más y más profundo dentro de la propia mente. Es no rechazar nunca un pensamiento sin ver a dónde lleva, no negarse a nada sin antes considerarlo aunque sea un momento. Es estar siempre en la búsqueda del por qué del por qué.

Abrir la mente es valorar lo inusual por encima de lo usual. Es buscar siempre nuevas maneras de hacer las cosas, de pensar, de interpretar, de ver el mundo. Es tener presente que nuestra mente limitada no abarcará nunca el Universo infinito. Abrir la mente es renunciar a la soberbia del yo, es reverenciar la vida y no dejar nunca de explorarla y disfrutarla. Es sentir la atracción por el opuesto, mayor cuanto más distinto es el otro de uno mismo. 

Abrir la mente es saber que estamos en camino, que no hay meta a la cual llegar, ni motivo para dejar de avanzar...

lunes, 28 de marzo de 2011

Los personajes internos

En un principio el mundo estaba todo oscuro, y en él había un lobo. El lobo estaba muerto de hambre y de sed, jamás dormía, corría de un lado a otro como una bestia furiosa, pero a donde iba sólo encontraba oscuridad, rocas y paredes. En algún momento, aunque su desesperación casi no le permitiía percibir nada, se dio cuenta de que estaba encerrado en una cueva. Tras mucho recorrer la oscuridad sin forma, encontró a la bruja.

La bruja también estaba encerrada y hambrienta, pero no estaba cegada por ello. Ansiaba salir de su prisión, pero sabía leer las historias en las rocas, y dejar en ellas su magia. Así iba aprendiendo y recorriendo lentamente aquella cueva, confiando en encontrar alguna vez una salida, aunque desconocía lo que existía afuera. La bruja trajo algo de paz al lobo, y sabiendo que por sí mismo no encontraría una salida sino que más bien la retrasaría, con un encantamiento lo hizo dormir. Pero también aprendió de él, se alimentó de su energía, y cuando estaba inquieto y parecía dispuesto a despertarse, sabía aprovechar también el impulso de su ira animal.

Así la bruja fue encontrando indicios del mundo exterior, en sitios donde había una ligerísima brisa o una mengua imperceptible en la oscuridad. Así llegó hasta un sitio donde sólo una delgada pared de roca la separaba de la libertad. Golpeó las rocas, las arañó y las arrancó hasta que le sangraron las manos, hasta caer exhausta el piso suplicando en un idioma que no concia, sintiendo que la luz que había del otro lado la llamaba con una urgencia irresistible.

Entonces se resquebrajaron las rocas, y cayó en pedazos no sólo aquella delgada pared sino la cueva entera, y la bruja pudo ver el cielo, el sol, sentir el aire fresco y el perfume de las flores. Y vio que detrás de esa pared se hallaba un Ser hermoso, lleno de luz y de magia, cuya sola visión era alimento y bebida.  El Ser Divino se acercó a la bruja, y con sólo tocarla con Su mano la hechicera quedó hechizada. Casi sin prestarle atención, el Ser se dirigió a donde se hallaba el lobo, le acarició la cabeza y le dio un nombre pronunciándolo en voz alta. Pero cuando el lobo despertó, ya no era lobo.