Estoy enamorada del mar.
Ese mundo inmenso, infinito, de diamantes líquidos que resplandecen con el sol, ese agua capaz de limpiar el alma y hogar de miles de criaturas inimaginables. El mar es una mezcla de vida y sueño, el mar es un dios vivo, transparente, inmutable, danzante. El mar tiene una energía más profunda que cualquier ser humano; incluso en la más encrespada tormenta, el mar es paz.
El mar tiene sus demonios, seres casi siempre invisibles, aunque algunos dicen haberlos visto bajo la luz de la luna. Son seres misteriosos, amigos de las olas y de la arena, como un millón de espíritus del mar que viven en él y son parte de él. Los demonios del mar hacen rodar las conchas vacías de los caracoles entre las olas para leer la suerte del mundo, y visten con túnicas de plata y espuma a quienes se adentran en sus dominios. A veces se escuchan sus risas en el viento, y otras veces se deslizan con pisadas silenciosas en las playas. Sus huellas no se ven porque caminan tras los pasos de las personas.
En los pueblos del mar, las viejas dicen: "hay que cuidarse de los demonios del mar."
Los demonios del mar son peligrosos, conocen miles de trucos e ilusiones para meterse en el corazón de las personas, pueden leerlo y atraparlo, pueden invadir sus deseos. Pueden hacer que una persona se quede absorta en la playa, contemplando el horizonte hasta llenarse los ojos de mar. Pueden llenar de magia las piedras y los dibujos de la arena para que los caminantes distraídos encuentren las puertas a otros mundos. Algunos las encuentran y no vuelven, otros las pasan de largo sin saberlo jamás.
Pero por sobre todas las cosas, los demonios del mar aman la vida. Alimentan a las aves de la playa y guían a los peces que se pierden en el océano. Se mezclan con la risa de las personas para susurrarles sus secretos en el viento, algunos hasta llevan de la mano a quienes necesitan consuelo. Pero aquellos que fueron tocados por los demonios del mar jamás lo olvidan, aun cuando nunca lo sepan. Muchos se llevan un demonio del mar enredado en sus corazones, y entonces ya no pueden vivir sin volver a contemplar las olas y la enorme extensión azul que une el cielo con la arena, sin volver a leer las canciones que el mar deja en la playa cuando se retira.
Los demonios del mar enamoran a los corazones que habitan.
No hay que cuidarse de los demonios del mar.
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