Lo conocí casi por casualidad, a pesar de las muchas cosas que teníamos en común. Recuerdo la primera vez que lo vi, con esa especie de aura azul zafiro que lo envolvía con una luz. Y una sonrisa como sólo tienen los Acuarianos, y una mirada que también tenía mucho de zafiros. Nos miramos y nos reconocimos aun sin saberlo en ese momento. Los Acuarianos nos reconocemos entre nosotros, sí señor.
No pasó ni una semana y ya estábamos tomando mates, charlando como viejos conocidos, con una naturalidad tal que hasta a mí me sorprendió, y eso que soy de entrar en confianza enseguida. Yo había tenido ya buenos amigos, pero los Acuarianos son una raza aparte. Entrar a su casa es lo mismo que entrar a mi casa. De hecho, encontrarme con él es como entrar a mi casa, porque los Acuarianos llevan a su casa puesta a donde sea que van. Su casa es su mente. Cuando voy a visitarlo, soy a la vez su visita y su anfitriona en mi propia casa espiritual.
Charlar con él es toda una experiencia, de esas que hay que vivir para poder entenderlas. El mundo exterior desaparece, con total confianza y alegría levantamos los portales de nuestras mentes y nos invitamos mutuamente a pasar. No hay restricciones ni condiciones, porque conocemos el alma del otro. Así fue como por largas mañanas de mates y tarot nos dedicamos a recorrer nuestros laberintos mentales, con paso tranquilo, como quien va paseando. Los laberintos Acuarianos son siempre a cielo abierto, se respira en ellos la libertad del aire fresco.
¡Y la magia! No se puede contener la magia conjunta de dos Acuarianos, se desborda por todos lados. Así que nuestros pasos por las calles mágicas de Buenos Aires todavía están por allí, como marcas doradas en las baldosas. Los niños los confunden con huellas de hadas, y los perros, que ven la magia, aprovechan para caminar sobre ellos y que les hagan cosquillas en las patas.
Sin duda es la magia lo que más nos une, la conexión entre almas que hace que estemos cerca aunque estemos lejos, que me hace reír en el trabajo cuando él en su casa se da cuenta de que metió las llaves en la heladera, y que se pare a mitad de camino con la mente súbitamente en blanco cuando yo ando con ganas de un abrazo. La magia que nos hizo reconocernos a primera vista y sonreír.
Todo el mundo debería tener un amigo Acuariano.
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