lunes, 27 de junio de 2011

Duende

Me encontré un duende en una plaza de Colegiales.


Estaba sentada bajo un árbol mirando a varios chicos jugar al fútbol, perdida en mis pensamientos, casi meditando. Lo vi aparecer por la esquina más lejana y entrar por el caminito de piedras que pasaba por el medio de la plaza, justo al lado de mi árbol. Era un anciano de piel muy blanca y casi nada de pelo. Caminaba de una forma extraña, pero se lo atribuí a la vejez y al frío que esa tarde llegaba hasta los huesos. Cuando estuvo más cerca me di cuenta de que su rostro me recordaba vagamente a Sábato, y cuando empezó a desviarse del camino me di cuenta de que estaba viniendo a donde yo estaba sentada. Dentro de mí tomo forma un pensamiento de origen totalmente irracional: "Es el Diablo".

Se acercó y me miró con unos ojos celestes, enormes y redondos. Estaba fumando, y cada vez que exhalaba abría grande la boca y formaba una U con la lengua, un amplio túnel rosado que se perdía en el interior de ese rostro. Era extrañamente difícil de sostener su mirada, pero me forcé a hacerlo. Entonces me di cuenta de que no parpadeaba. Me pareció una locura, pero lo seguí mirando. No cerró los ojos ni una sola vez, y me miraba con una sonrisa inescrutable, con esos globos blancos y sus universos celestes en el medio.

Sentí que me estaba diciendo algo, pero no supe qué podía ser. Las pocas palabras que me dirigió fueron pronunciadas con dificultad, pero la mirada era un torrente de mensajes que mi cerebro no llegaba a descifrar. Ahora pienso que tal vez él mismo fue el mensaje.

Se fue por el mismo caminito por el qué llegó. Pero despertó algo extraño dentro de mí, como si se hubiera agitado el agua de un lago tranquilo.

Me levanté y empecé a caminar. Hacía muchísimo frío.

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